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Día: 23 de noviembre de 2011

La hora de los banqueros (los límites de la democracia)

Bastó una crisis económica profunda y un poco de descontento popular para que las democracias europeas abandonaran su fachada liberal y se mostraran como lo que realmente son: la dictadura del gran Capital. De nada importa la opinión de los ciudadanos, el golpe de Estado en Grecia, el nombramiento de tecnócratas en el gobierno italiano y el gobierno en Irlanda controlado a control remoto desde Bruselas, son la mejor prueba de que en la mismísima Europa tampoco se vacila en prescindir de formalismos democráticos si los intereses del 1% están en riesgo. A medida que se profundice el descontento y la movilización popular ¿Qué es lo que seguirá?

 

 

Cuando los pueblos árabes comenzaron a agitarse a comienzos de año, rápidamente los países de Europa comenzaron a tomar distancia de los dictadores a los que amamantaron por tanto tiempo, para secuestrar las banderas del cambio que reclamaban estos pueblos en la calle. Al hacer esto, también buscaron acallar el clamor por reivindicaciones sociales y económicas a favor de reformas democráticas cosméticas, como si las luchas de estos pueblos no hubieran sido ante todo movilizaciones por el derecho al pan más que a las urnas. No faltó quien acusara a los europeos y a sus hermanos mayores en Washington de hipócritas: mientras se “horrorizan” de la represión en Siria, la apoyan abiertamente en Baréin y Yemen; mientras azuzan el cuco del islamismo radical en Yemen, apoyan abiertamente a un régimen de jihadistas que impusieron la ley islámica en Libia; mientras exigen la dimisión de Assad, se hacen los desentendidos con las monarquías medievales de los Emiratos, Jordania, Marruecos o Arabia Saudita. No hay de qué extrañarse, puesto que los imperialistas (y EEUU y la UE son imperialistas en el sentido clásico del término) jamás actúan con otro objetivo que no sean sus propios interes materiales y geopolíticos. Serán hipócritas, pero su hipocresía es bastante predecible.

Otros denunciamos que también era una hipocresía que los europeos se llenaran la boca hablando de “democracia”, secuestrando también este concepto y deformándolo a gusto, cuando lo que hacían era cuidadosamente canalizar el proceso de cambio en los países árabes por vías típicamente gatopardistas (“que todo cambie para que nada cambie”) para tener ya no dictaduras abiertas, sino que “democracias” vigiladas, con el ejército como guardián último de sus intereses imperiales. Al final, la única libertad que saben defender es la libertad del mercado [1].

Pero no faltó quien nos rectificara diciendo que los países europeos no eran hipócritas, sino que contradictorios: es decir, no es que no fueron “democráticos” de por sí, sino que tenían una política doméstica y otra externa. La externa, claro está, determinada por sus venales intereses, pero la doméstica supuestamente orientada según arraigados valores democráticos.

Bastó que los indignados ingresaran en gloria y majestad al escenario de la historia por la Puerta del Sol, para que este mito de la Europa democrática se cayera. Es que la democracia occidental, como a veces la llaman, funciona cuando no hay nadie que proteste. Como Chomsky ha demostrado de manera notable, en las sociedades capitalistas avanzadas el mecanismo de control real no es tanto el garrote como la propaganda asfixiante que crea consensos forzados. Una vez que el pueblo se decide a cruzar el estrecho límite impuesto a las libertades democráticas por esa élite diminuta que nos gobierna, la democracia europea saca sus dientes y encarcela, golpea (nadie se atreve a decir tortura, pero es eso) y hasta asesina. Pasó en Génova hace una década y ha pasado en Grecia varias veces, pero la memoria del ciudadano europeo es bien frágil.

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