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Montes de María. Cuando aún los tambores de la guerra retumban en sus oídos como una sinfonía mal lograda, los habitantes de la Alta Montaña, en los Montes de María, le apuestan a la vida saludable de una manera particular: se volvieron vegetarianos.

“Fue mucha sangre amiga y familiar la que vimos correr durante los aciagos años de la violencia que se enquistó en la zona, como para no valorar el pedazo de vida que nos quedó”, dice Haroldo Canoles, que recorre ahora, palmo a palmo, las encumbradas veredas llevando el mensaje de la vida sana. “Si Dios nos dejó vivos –sigue Canoles– fue para que aprovecháramos al máximo los pocos minutos que nos quedan en esta tierra”.

Son más de 65 poblaciones las que hacen parte de la zona alta de El Carmen de Bolívar y San Jacinto, estribaciones de la serranía de San Jerónimo. Allí, el mango es silvestre, los zapotes y nísperos se pierden en las trochas y el ñame y la yuca nacen casi sin necesidad de asistirlos. Aunque el ganado vacuno y porcino también abunda, al igual que los animales de monte, la idea de no comer proteínas animales está calando tanto que ya hay un pueblo entero, Los Jonjoles, en donde todos sus 58 habitantes son vegetarianos.

La mayoría de personas a las que se les preguntó por sus motivos para dejar de comer carne, argumentaron su decisión citando la Biblia, más exactamente el Génesis. “El origen de la alimentación está en Génesis 1-29. Cuando Dios creó al hombre le prescribió su régimen alimenticio y le dijo que sería a base de semillas y frutas, y después del Pecado Original lo complementó con verduras”, dijeron Haroldo Canoles, Eucaris Buelvas, Omar Ramos y otros de los entrevistados.

Iglesia adventista

Buena parte del boom vegetariano se debe también a la incursión que hicieron, desde hace 25 años, miembros de la iglesia adventista del Séptimo Día, de la cual hace parte Haroldo Canoles y su familia.

“Por estos lados la violencia ha sido pareja para todos, tanto para evangélicos como para católicos, pero los primeros volvieron y los otros no”, advierte Canoles.

Según él, la violencia que azotó la región y el posterior desplazamiento produjo dos efectos contraproducentes en los hábitos alimenticios.

Por un lado, el desplazamiento obligó a que las familias que ya practicaban el vegetarianismo se regaran por todas las veredas de las montañas, llevando la costumbre a más lugares, pero por el otro, la inestabilidad social que produjo el desarraigo obligó a muchos de ellos a comer de nuevo la carne animal, para no morirse de hambre, según explican ellos mismos.

“Algunos vecinos se tuvieron que ir para ciudades lejanas y no tenían otra opción que comer lo que les daban, casi siempre con carne vacuna incluida”, señaló Omar Suárez, uno de los habitantes de la vereda Caracolí.

Si el fenómeno necesitara una modelo para ser contado, Blanca Ramos, de 78 años, nacida y crecida en Macayepo (tristemente famoso por haber sido escenario de una de las masacres más crueles perpetrada por paramilitares), sería la ideal.

Para la muestra…

El rostro lozano y sin arrugas, sus manos, codos y rodillas sin las grietas de los años, su dentadura perfecta y su salud sin complicaciones son la viva muestra de lo que se puede lograr con una alimentación sana.

“No sufro del corazón, no tengo diabetes, no soy asmática ni tengo artritis y me doy el lujo de brincar si se hace necesario y desde que me volví vegetariana se me quitó la amibiasis”, dice la mujer mientras prepara un sancocho de verduras. Ella es la pionera.

“Estoy tan amañada con la comida vegetariana que si vuelvo a comer algo de origen animal, se me descompone el cuerpo”, agrega la longeva mujer.

JUAN CARLOS DÍAZ M.
Enviado especial de EL TIEMPO

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