En su más reciente documental HyperNormalisation, Adam Curtis anuncia:
“Vivimos en un mundo donde los poderosos nos engañan. Sabemos que mienten, y ellos saben que sabemos que mienten, pero no les importa. Decimos que nos importa, pero no hacemos nada. Nada nunca cambia. Es normal. Bienvenidos al mundo de la post-verdad”.
La imagen del poster de este mundo de la post-verdad y la post-política (términos que utiliza Curtis) bien podría ser Donald Trump y en general estas elecciones. Trump, aunque involucrado en numerosos casos de corrupción, discriminación y simplemente engaño y mentira, no se ha visto afectado de manera significativa por toda una oleada de información en los medios más reconocidos del mundo que lo revela como un ilusionista, un show-man, un estrella de reality TV en un mundo donde la realidad ya no existe. El caso de Trump llega al paroxismo, pero también Hillary Clinton ha sido expuesta en una relación de connivencia con los bancos y los medios, además de que en reiteradas ocasiones se ha demostrado que ha dicho mentiras. Para su suerte, Hillary se beneficia del vaudeville político de Trump, se vuelve un mal menor y si bien su candidatura es sumamente débil, no es realmente importante ya que de todas maneras los políticos realmente no tienen mucho poder, no al menos de cambiar el sistema. Trump en cierta forma representa una singularidad, un torbellino de caos, pero no amenaza realmente al sistema, sólo amenaza a la realidad misma, a substituirla con una perenne fantasía, la sumisión a un mundo que no sólo es falso, sino que se sabe falso y aún así continúa.
La elección del 2016 en Estados Unidos, independientemente de quien halla ganado, ha sido altamente reveladora sobre el estado actual de la política –elecciones que ya Noam Chomsky hace décadas había descrito no como un enfrentamiento de ideologías y partidos que se oponen sino como una competencia, una especie de pitch de agencias de relaciones públicas, de marketing. (que tambien Aldous Huxley lo decía). La elección ha mostrado que las personas tienen una enorme capacidad para filtrar y desechar todo lo que no coincide y no afirma su propia visión del mundo y sólo escuchar lo que quieren oír. El estado actual de la política, parece probar que las personas no experimentan la realidad, experimentan siempre su realidad (algo en lo que coincide la neurociencia). Esto es algo que está ya embebido en el sistema de los medios y particularmente en Internet, con las llamadas “filter bubbles”, algoritmos que regresan a las personas versiones expandidas de lo que, de entrada, ya les gusta y de esta manera los protegen de encontrarse con información que desafía sus creencias (y de paso crean un adictivo feed de confort y dopamina). El axioma operativo es “si te gustó esto, amarás esto otro”, así ad infinitum.
“En esta elección las personas blancas en el partido republicano se decidieron por el más enfadado, abyecto y vil individuo al cual pudieron impulsar –un artista del engaño, y cuyo engaño ellos mismos conocían”, dice Steven W. Trasher, columnista de The Guardian. En esto podemos incluir al electorado –que recibe información de que se trata de un engaño, de una gran mentira, pero pretende que no ha escuchado esto o que la misma información es también un engaño. Así en esta elección vemos como la política madura a su estado esencial de irrealidad, el cual parece ser ya una definición de su estatus. Un espectáculo en el que todos fingen que les importa la verdad, pero que ciertamente no se trata de la verdad, sino de tapar el gran vacío de la irrealidad con discursos que afirman el poder y la diferencia. Lo cual es otra gran ilusión, porque a final de cuentas los políticos no tienen ya el poder de hacer cambios “verdaderos” o significativos, el poder esté en las corporaciones y cada vez más en el mismo sistema financiero y en los sistemas informáticos. La visión de un mundo polarizado entre diferentes ideologías, partidos y políticos es una visión simplista, de una narrativa clara, en un mundo demasiado complejo en el que las narrativas se han dislocado. La política actualmente asume mayormente un papel de entretenimiento en el balance del poder global. Distraer para que las cosas sigan igual y no sea necesario enfrentar la impotencia. Este entretenimiento, por supuesto, como las películas más taquilleras, esta cargado de miedo, horror, comedia, intriga y controversia y demás sensaciones que mantienen la espectador cautivo. Adam Curtis ha sugerido que el caso de Donald Trump ha inaugurado una nueva era en que el poder de los políticos se limita a generar clics en Internet y perfiles demográficos los cuales alimentan a los sistemas de información y las compañías de Big Data que traducen los datos en predicciones y en nuevos algoritmos para influir en la conducta.
Adam Curtis entiende el caso de Trump como posible sólo en un mundo hiperindividualista en el que todas las personas tienen su propia versión de la verdad y en la que la política es una especie de parche para mostrar que el poder ya no está donde estaba antes. En una reciente entrevista explica:
Lo que he intentado mostrar es que el capitalismo pensó: “Genial, podemos darles a las personas un montón de cosas que las hacen sentir como ellos mismos”. El problema de la política es que es muy difícil crear un movimiento político a partir de personas hiperindividualistas, porque todos tienen su propia versión de la verdad. Esto impide que los político afecten a las personas y las unifiquen. La política ha sido destruida por eso [por el hiperindividualismo]. Así que Trump ha aceptado esto –ha dicho, pues, todos tienen sus propias verdades, así yo también tengo mis propias verdades… Si te fijas en Trump, él es el más grande ejemplo del individuo auto-actualizado. Lo que piensa ese momento en el escenario es real. ¿Así que si tienes una gran cantidad de personas encerradas en su cabeza, entonces cómo cambias el mundo? Porque cada uno tiene un mundo diferente. Y eso es lo que Trump ha enfatizado, la inhabilidad de los políticos.
Curtis sugiere que vivimos en un mundo de la post-verdad donde se gratifica a las personas para que todos crean que su propia versión del mundo es verdad. Y Trump ha mostrado este mundo, venciendo o inutilizando al periodismo. Mientras que el periodismo revelaba actos de corrupción, racismo, sexismo y demás, la popularidad de Trump seguía subiendo, porque las personas dejaron de creer en los medios (cada uno desde su torre de marfil de la realidad). “Si alguien como Trump viene y dice mentiras todo el tiempo y un periodista muestra que está mintiendo y a nadie le importa y su popularidad sigue subiendo, yo diría que el periodismo ha perdido su principal fundamento“. Curtis sugiere que Trump ha mostrado a los periodistas que su función ya no es la que creen: revelar la verdad, mostrar la realidad. Podemos conjeturar que el rol del periodista ahora es simplemente seguir alimentando a las personas de la verdad que ya han elegido, amplificar el espectáculo, ser parte de una casa de espejos en la que todos se ven a sí mismos iterados en el mundo.